Como sucede en estos casos, volvieron cosas, momentos, personas... Me recordé a esa edad, recordé a Gustavo, con quien recién íbamos a comenzar esta aventura en la que todavía estamos remando. Y entre mis recuerdos apareció uno, que me llevó de inmediato... ¡al cajón de los cubiertos! (eso del cajón es una forma de decir; con el desorden infernal que hay entre las cosas de mi cocina, los cubiertos andan por cualquier lado...)
¿Sería posible que aún hubiera ALGUNO de los que buscaba?
¡¡Síííí!!
¿Un tenedor?
Sí, pero no cualquiera.
Cuando Gus y yo decidimos ir a vivir juntos no teníamos absolutamente nada. Un colchón regalado (usado), una mesa con cuatro sillas que habían sido de mi mamá, la almohada y la frazada (¡nuevas!) que nos había regalado mi abuela, algunas ollas, tres platos con sus respectivos vasos... y pará de contar.
Entonces Sandra, o mejor dicho su mamá, generosamente nos dio unos cubiertos antiguos, que ya no usaba, de alpaca. Y este tenedor es el último que queda.
Tiene un diente un poco torcido, está gastadito pero aún brillante. Un poco como nosotros. Fue testigo inadvertido de toda nuestra convivencia, nos ayudó a alimentar a nuestros hijos, seguramente lo torcimos usándolo como herramienta... Hace un ratito lo mirábamos con Gustavo y nos dijimos que tal vez sea el último objeto que nos queda de nuestros orígenes como familia.
¡Gracias mamá de Sandra por creer que esa unión alocada era posible, y cooperar con ella!
Y este tenedor, que tanto estuvo teniendo, que tiene y que sostiene, con su diente torcido (¡eras vos el que nos pinchabas para seguir!), ¿no merece un lugar más destacado en nuestra casa que el triste y oculto cajón?
1 comentario:
Siiiiiiii se merece ponerlo en una vitrina.
Que bonito post!! cuanta nostalgia .
Si hasta habrá servido para revolver la comida a Manucho precioso.
Guardalo bien.
Un beos grande
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